Cuando esta frase se escucha en
casa, todos corren a buen recaudo porque, aunque signifique que padre e hijo
van a tratar algún tema que solo les concierne a ambos; es bien sabido por los
demás miembros del hogar que algo no está bien y que, si de ese encuentro
resulta una fricción, las repercusiones serán para todos, grandes, chicos,
ausentes y presentes: nadie se salva.
Esta es la idea que la mayoría de
adolescentes tiene respecto a la frase: “tenemos que hablar” sea anunciada por
el padre o la madre; aseguran que lo que viene no es bueno para nadie. ¿Será
que acaso los adolescentes, por la etapa que atraviesan, no quieren hablar con
papá o mamá de ciertos temas? ¿no los necesitan por el sentimiento de
autosuficiencia y la conquista de su autonomía? Si pensamos que la respuesta es
NO en ambos casos, porque entonces “tenemos que hablar” ¿resulta tan negativo?
Le entra por un oído y le sale por el otro
Desde la otra orilla de la misma
situación, los padres nos dicen que parece que los chicos no escuchan lo que se
les dice, y reinciden en las conductas que como padres quieren corregir y
reaccionan enojándose, resignándose a que el hijo es un caso que otro debe
resolver o esperar a que se le pase la rebeldía de la edad y puedan escuchar y
valorar los esfuerzos que los padres demuestran diariamente, cuando éstos
maduren. Es frecuente oír: “por más que no le guste, me tendrá que escuchar”
casi como declarando que saben lo tortuoso que es para ellos y no queda de
otra…se lo ganó!
La dinámica:
Llega el padre anunciando
“tenemos que hablar” el padre decidido a “ajustar cuentas” y el hijo a huir de
la situación.
Aquí te pido poner atención a la frase, tenemos que hablar, implica que ambos hablaremos y tendremos turnos para
escuchar con atención y hablar en su momento. ¿Esto ocurre así?
Por lo general no, el padre o la
madre son los que hablan exclusivamente, y parece que las palabras se
multiplican y el aliento nunca se agota. Para darnos cuenta si esto nos sucede,
podemos tomar nota del tiempo que usa para hablar tanto el padre como el hijo,
debiendo haber un equilibrio propio de la conversación de dos personas. Si en
este balance notas que tu hijo no habló tanto o más que tú, el resultado será
nulo; si tal como lees, nunca hablaste con él porque él no se expresó, hablaste
a tu hijo, pero no con tu hijo.
El contenido de la charla desde
la perspectiva adolescente puede resumirse en un recuento de eventos que antes
ya se han tratado, desde recordar el nacimiento hasta todo los esfuerzos que
hay en sus cuidados para que no le falte nada, sin dejar de lado la conducta
que les ha disgustado (que es el motivo de la conversación) enfatizando una
lista de cosas que se esperan de él, como el orden, su aseo, la colaboración en
casa, los estudios, la responsabilidad etc. Desde el oído adolescente empieza
la lista de “las cosas en las que soy malo”.
Siendo así, parece lógica la tendencia
de evitar hablar con los padres, pero además hay algunos otros elementos que
considerar por los padres antes de sentenciar al hijo, por ejemplo, hemos
preguntado a nuestro hijo qué cosas está haciendo para mejorar, es decir
¿conocemos y valoramos su esfuerzo? Porque líneas arriba reclamamos que nuestro
hijo se comporta así de indiferente frente al nuestro. Te has preguntado si la conducta
es origen o consecuencia de algo por lo que tu hijo esta atravesando solo y en
silencio, ¿qué sentirá al respecto? Y de ser así, ¿qué debes hacer tu para ayudarlo?
El tiempo

Es real la falta de tiempo de los
padres, pero también es real que es importante para tu hijo ser atendido, si tú
no estás para él, alguien más lo hará y no lamentemos que esto suceda si no
somos una alternativa según su necesidad, hagamos un esfuerzo mayor en dejar
todo de lado, y notarás la diferencia.
“Otra vez con lo mismo”
Cuando se da la conversación es
posible que lleguemos a interrumpir a nuestro hijo porque anticipamos que nos
dirá, o soltamos la frase “otra vez con lo mismo” y seguidamente querrá
demostrarte porque en esta ocasión se trata de algo diferente, y allí se
termina la paciencia, cerrando oídos o terminando la conversación de forma
acalorada, y si pues…pasó otra vez lo mismo…
Porqué exigimos respeto,
atención, consideración, comprensión y demás cosas que a veces como adultos no
estamos dispuestos a brindar a nuestros hijos; veamos el siguiente cuadro para
tenerlo más claro:
Dicha la frase
|
El padre piensa
|
El hijo piensa
|
“No tengo que escuchar más “
|
Siempre me dice lo mismo, es una
justificación, ya hablamos del tema
|
Otra vez no me quiere escuchar y
él es quien siempre dice lo mismo. Parece que tiene una burbuja mental
|
“Con quien crees que hablas”
|
Lo ubico para que me respete y no me hable como a
cualquiera
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Parece que olvida que soy importante y yo necesito hablar,
¿hay otra manera?
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“Háblame rápido que estoy apurado”
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No considera que le estoy dando un
tiempo dentro de todo mi quehacer
|
Dedica más tiempo a otras cosas. Él
se toma todo el tiempo cuando habla y yo debo callar
|
“Ya empezamos con lo mismo”
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Estamos dando vueltas al asunto, sin llegar a nada. Tengo
otros pendientes
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También das la vuelta al mismo sermón y tampoco llegas a
nada y quiero que eso cambie.
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“No se puede hablar contigo”
|
No me escucha. Tampoco me
entiende. Discutimos siempre por lo mismo. Esta rebelde
|
Pienso igual que tú. Para que me
dice “tenemos que hablar” si solo me hace sentir mal. Así ¿quién quiere
hablar?
|
Vemos que hay de ambas partes respuestas
a una misma frase que a veces solo leemos y validamos desde la perspectiva
adulta. En este aspecto no debemos dejar de lado que somos los formadores y
ejemplo de nuestros hijos, hasta en cómo nos desenvolvemos resolviendo
dificultades. Solo hablando con ellos de manera respetuosa podemos guiar sus
acciones, y conocer su pensamiento y criterio para ir modelándolo.
ALGUNAS SUGERENCIAS:
- La piedra angular de la escucha es la confianza, hay que aprender a escuchar hasta aquello que es incómodo para nosotros como padres, evitando interrumpir, asumir o deducir otras situaciones y trasladar nuestros temores, recuerda que él o ella no eres tú.
- Evadir no es una respuesta que ayude a nuestros hijos. Debemos recordar nuestra adolescencia para ser hoy los adultos que necesitábamos en ese entonces y poder brindarles lo mejor de nosotros.
- Mejorar las formas: Las maneras pueden añadir otra información adicional que condiciona el dialogo; es probable que tu estés enojado y deseando hablar con tu hijo todo el día, pero por mil razones “aguantas” ese malestar que se va incrementando y tiñendo con la dinámica del tráfico, las horas de trabajo, preocupaciones, etc. Llevando a la conversación el malestar inicial y lo que vas “recolectando” en tu día (y que es ajeno a la conducta de tu hijo) donde “tenemos que hablar” se traduce en un estallido cargado y una mala experiencia para ambos.
- Los gestos, el tono de voz, lugar, el lenguaje no verbal todo es parte del contexto que le indicará a tu hijo si es bueno o malo lo que está por suceder y lo predispone también a dar batalla, a cerrarse generando más brecha entre ambos o a estar dispuesto a escucharte. Esta en tus manos.
- Cuotas de paciencia, empatía, madurez, prudencia, respeto y confianza son necesarias en cualquier relación y en cada conversación; más aun en la que debe haber entre padres e hijos. No pidas aquello que no brindas, recuerda que enseñas siempre, aunque no te lo propongas. Las personas, tu entorno y y hasta las dificultades están hechas para aprender, no te pierdas tu proceso de mejora diaria.
Este artículo no solo lo escribí
basándome en la experiencia que tengo asesorando familias, o en las lecturas
que tanto me ayudan en este ejercicio; este es mi aprendizaje como madre y uno
de mis hijos es quien me inspiró para hacerlo. Gracias hijo por tus lecciones y por darme UNA MANITO.
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