lunes, 17 de febrero de 2020

HIJO, ¡TENEMOS QUE HABLAR!



Cuando esta frase se escucha en casa, todos corren a buen recaudo porque, aunque signifique que padre e hijo van a tratar algún tema que solo les concierne a ambos; es bien sabido por los demás miembros del hogar que algo no está bien y que, si de ese encuentro resulta una fricción, las repercusiones serán para todos, grandes, chicos, ausentes y presentes: nadie se salva.
Esta es la idea que la mayoría de adolescentes tiene respecto a la frase: “tenemos que hablar” sea anunciada por el padre o la madre; aseguran que lo que viene no es bueno para nadie. ¿Será que acaso los adolescentes, por la etapa que atraviesan, no quieren hablar con papá o mamá de ciertos temas? ¿no los necesitan por el sentimiento de autosuficiencia y la conquista de su autonomía? Si pensamos que la respuesta es NO en ambos casos, porque entonces “tenemos que hablar” ¿resulta tan negativo?

Le entra por un oído y le sale por el otro

Desde la otra orilla de la misma situación, los padres nos dicen que parece que los chicos no escuchan lo que se les dice, y reinciden en las conductas que como padres quieren corregir y reaccionan enojándose, resignándose a que el hijo es un caso que otro debe resolver o esperar a que se le pase la rebeldía de la edad y puedan escuchar y valorar los esfuerzos que los padres demuestran diariamente, cuando éstos maduren. Es frecuente oír: “por más que no le guste, me tendrá que escuchar” casi como declarando que saben lo tortuoso que es para ellos y no queda de otra…se lo ganó!

La dinámica:

Llega el padre anunciando “tenemos que hablar” el padre decidido a “ajustar cuentas” y el hijo a huir de la situación.
Aquí te pido poner atención a la frase, tenemos que hablar, implica que ambos hablaremos y tendremos turnos para escuchar con atención y hablar en su momento. ¿Esto ocurre así?
Por lo general no, el padre o la madre son los que hablan exclusivamente, y parece que las palabras se multiplican y el aliento nunca se agota. Para darnos cuenta si esto nos sucede, podemos tomar nota del tiempo que usa para hablar tanto el padre como el hijo, debiendo haber un equilibrio propio de la conversación de dos personas. Si en este balance notas que tu hijo no habló tanto o más que tú, el resultado será nulo; si tal como lees, nunca hablaste con él porque él no se expresó, hablaste a tu hijo, pero no con tu hijo.
El contenido de la charla desde la perspectiva adolescente puede resumirse en un recuento de eventos que antes ya se han tratado, desde recordar el nacimiento hasta todo los esfuerzos que hay en sus cuidados para que no le falte nada, sin dejar de lado la conducta que les ha disgustado (que es el motivo de la conversación) enfatizando una lista de cosas que se esperan de él, como el orden, su aseo, la colaboración en casa, los estudios, la responsabilidad etc. Desde el oído adolescente empieza la lista de “las cosas en las que soy malo”.
Siendo así, parece lógica la tendencia de evitar hablar con los padres, pero además hay algunos otros elementos que considerar por los padres antes de sentenciar al hijo, por ejemplo, hemos preguntado a nuestro hijo qué cosas está haciendo para mejorar, es decir ¿conocemos y valoramos su esfuerzo? Porque líneas arriba reclamamos que nuestro hijo se comporta así de indiferente frente al nuestro. Te has preguntado si la conducta es origen o consecuencia de algo por lo que tu hijo esta atravesando solo y en silencio, ¿qué sentirá al respecto? Y de ser así, ¿qué debes hacer tu para ayudarlo?

El tiempo

Los hijos suelen vivir con la premisa de la inmediatez, “tengo que ver mi serie ahora”, no un capítulo sino ¡toda la temporada!; “no puedo sentarme a la mesa porque estoy chateando con mi amigo y eso no puede esperar”; ese estado de urgencia domina su quehacer y cuando quieren hablar con sus padres, aplican la misma lógica, ante lo que muchas veces encuentran como respuesta “¿es urgente? (¡pues claro que es urgente! piensan ellos)O “ahora no puedo estoy muy ocupado” (¡es ahora o nunca!, dicen interiormente )  esas respuestas se traducen fácilmente en un resentimiento al ser desplazados por algo o alguien más y genera distancia porque el sentido de inmediatez en tu hijo adolescente sigue latente, más tarde es muy tarde (quizá nunca)
Es real la falta de tiempo de los padres, pero también es real que es importante para tu hijo ser atendido, si tú no estás para él, alguien más lo hará y no lamentemos que esto suceda si no somos una alternativa según su necesidad, hagamos un esfuerzo mayor en dejar todo de lado, y notarás la diferencia.

“Otra vez con lo mismo”

Cuando se da la conversación es posible que lleguemos a interrumpir a nuestro hijo porque anticipamos que nos dirá, o soltamos la frase “otra vez con lo mismo” y seguidamente querrá demostrarte porque en esta ocasión se trata de algo diferente, y allí se termina la paciencia, cerrando oídos o terminando la conversación de forma acalorada, y si pues…pasó otra vez lo mismo…
Porqué exigimos respeto, atención, consideración, comprensión y demás cosas que a veces como adultos no estamos dispuestos a brindar a nuestros hijos; veamos el siguiente cuadro para tenerlo más claro:

Dicha la frase
El padre piensa
El hijo piensa
“No tengo que escuchar más “
Siempre me dice lo mismo, es una justificación, ya hablamos del tema
Otra vez no me quiere escuchar y él es quien siempre dice lo mismo. Parece que tiene una burbuja mental
“Con quien crees que hablas”
Lo ubico para que me respete y no me hable como a cualquiera
Parece que olvida que soy importante y yo necesito hablar, ¿hay otra manera?
“Háblame rápido que estoy apurado”
No considera que le estoy dando un tiempo dentro de todo mi quehacer
Dedica más tiempo a otras cosas. Él se toma todo el tiempo cuando habla y yo debo callar
“Ya empezamos con lo mismo”
Estamos dando vueltas al asunto, sin llegar a nada. Tengo otros pendientes
También das la vuelta al mismo sermón y tampoco llegas a nada y quiero que eso cambie.
“No se puede hablar contigo”
No me escucha. Tampoco me entiende. Discutimos siempre por lo mismo. Esta rebelde
Pienso igual que tú. Para que me dice “tenemos que hablar” si solo me hace sentir mal. Así ¿quién quiere hablar?


Vemos que hay de ambas partes respuestas a una misma frase que a veces solo leemos y validamos desde la perspectiva adulta. En este aspecto no debemos dejar de lado que somos los formadores y ejemplo de nuestros hijos, hasta en cómo nos desenvolvemos resolviendo dificultades. Solo hablando con ellos de manera respetuosa podemos guiar sus acciones, y conocer su pensamiento y criterio para ir modelándolo.

ALGUNAS SUGERENCIAS:

  • La piedra angular de la escucha es la confianza, hay que aprender a escuchar hasta aquello que es incómodo para nosotros como padres, evitando interrumpir, asumir o deducir otras situaciones y trasladar nuestros temores, recuerda que él o ella no eres tú.
  • Evadir no es una respuesta que ayude a nuestros hijos. Debemos recordar nuestra adolescencia para ser hoy los adultos que necesitábamos en ese entonces y poder brindarles lo mejor de nosotros.
  • Mejorar las formas: Las maneras pueden añadir otra información adicional que condiciona el dialogo; es probable que tu estés enojado y deseando hablar con tu hijo todo el día, pero por mil razones “aguantas” ese malestar que se va incrementando y tiñendo con la dinámica del tráfico, las horas de trabajo, preocupaciones, etc. Llevando a la conversación el malestar inicial y lo que vas “recolectando” en tu día (y que es ajeno a la conducta de tu hijo) donde “tenemos que hablar” se traduce en un estallido cargado y una mala experiencia para ambos.
  • Los gestos, el tono de voz, lugar, el lenguaje no verbal todo es parte del contexto que le indicará a tu hijo si es bueno o malo lo que está por suceder y lo predispone también a dar batalla, a cerrarse generando más brecha entre ambos o a estar dispuesto a escucharte. Esta en tus manos.
  • Cuotas de paciencia, empatía, madurez, prudencia, respeto y confianza son necesarias en cualquier relación y en cada conversación; más aun en la que debe haber entre padres e hijos. No pidas aquello que no brindas, recuerda que enseñas siempre, aunque no te lo propongas. Las personas, tu entorno y y hasta las dificultades están hechas para aprender, no te pierdas tu proceso de mejora diaria.

Este artículo no solo lo escribí basándome en la experiencia que tengo asesorando familias, o en las lecturas que tanto me ayudan en este ejercicio; este es mi aprendizaje como madre y uno de mis hijos es quien me inspiró para hacerlo. Gracias hijo por tus lecciones y por darme UNA MANITO.








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